La Magia del Bambú en la pesca a mosca
No me pregunten por qué, pero siempre quise ser escritor. Si la naturaleza, el campo y la pesca han sido siempre mi guía e inspiración desde que era niño, expresarlo en palabras hace que todo a mi alrededor tenga sentido. Por ello, pluma en mano me dispongo a contaros curiosidades e historias antiguas de la pesca a tralla o látigo que, a veces, están olvidadas en los entresijos de la memoria. Estas anécdotas están presentes en cada salida de pesca sin darnos cuenta de cómo aprovechamos lo aprendido. El fundamento básico de la pesca son las sensaciones que produce en el alma, y aquí yo espero transmitir las mías.Hoy empezaré con el bambú, o mejor dicho, con las cañas de bambú para pescar a cola de rata que durante tanto tiempo fueron las reinas de nuestros ríos. Con el advenimiento del grafito y sus ventajas en peso y comodidad, pasaron al olvido. Desde el letargo, hoy día parece que existe un cierto renacer de este tipo de cañas incluso en los medios de comunicación.
Siempre me he preguntado cómo sería la vida de un pescador a tiempo completo. Y con ello no quiero decir sólo salir al rio, guiar a otros o hacer moscas. También ser un artesano capaz de hacer con sus manos sus propias cañas o cañas a la carta, para disfrute de otros, sin la presión del tiempo y con la tranquilidad, soledad y sosiego que se necesitan en estos casos. Yo conocí a este pescador y montador de cañas en otro país, con otros ríos y en otras circunstancias. El nombre no viene al caso, pero podría ser cualquier persona o artesano de nuestro entorno que disfrute haciendo manualmente los aparejos de la pesca. Este hombre llegaba al éxtasis cuando trabajaba el bambú. Como un rey Arturo, el chaleco era su armadura, las moscas su cetro y la caña dorada de bambú era su Excalibur. La pesca era su reino y el río su Santo Grial. Entre lance y lance me enseñó muchas cosas. Hablamos de moscas, de utensilios, de truchas; pero lo que más me marcó era cuando al final de cada jornada y de manera didáctica, me explicaba que la paz, la paciencia y la tolerancia que la pesca con bambú nos enseña son los mejores regalos para mantener el optimismo. “Paciencia” para lanzar una mosca a la distancia necesaria puesto que el bambú es lento de movimiento y se carga con mucho nervio; “tolerancia” porque la suavidad y sosiego de las posadas que se hacen con las cañas de bambú asegura que muchas truchas cedan ante nuestro engaño sin apenas tiempo de averiguar cómo han sido enganchadas; y “paz” porque tras el éxito y la belleza del lance sólo queda sentarse a la orilla y meditar sobre el temple de una caña que nos pone en contacto con tiempos pasados.
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Al volver a España, a mis ríos de siempre, me daba cuenta de cuánto hemos perdido por el afán de valorar siempre lo más moderno en pesca – aunque no siempre lo mejor- e intentaba averiguar lo que conservamos de los viejos tiempos sin siquiera pararnos a pensar de dónde me viene esa habilidad o porqué soy capaz de pescar así. Con el mosco ahogado hemos recuperado parte de nuestra historia y de nuestra cultura. Los gallos de León, sus plumas y los montajes de moscas a la española son ya unos clásicos en las enciclopedias piscatorias o en las cajas de moscas de cualquier rivereño al uso. Sin embargo, las técnicas y materiales del pasado las hemos dejado en el desván. Quizás sea el momento de recordar al furtivo del Duerna, un anciano que durante tres días consecutivos y a la misma hora le encontraba encamado entre los alisos con una caña de dos tramos hecha manualmente de cañaveral española , un nylon del 24 y dos moscos ahogados ya deshilachados por el uso: uno claro y otro oscuro. Lanzaba las moscas con un movimiento de la caña suave pero firme, siempre de arriba abajo del rabión que precede a la poza, dejándolas correr o haciéndolas bailar por encima de la espuma de la torrentera. En la caña tenía escrito con cincel: no sufrirán. Cuando le pillaba en la lucha de alguna pintona de ración y con el bamboleo nervioso del puntal de la caña se volvía hacia mí y me decía: 82 años y cada día noto menos la caña…hoy han entrado a la oscura, quién lo diría...- y terminaba lacónicamente: y es que los ríos de ahora no son los de antes. Recuerdo también en el Omaña a un lugareño de El Castillo, ya entrado en la cincuentena, que siempre tenía tres cañas de pescar preparadas apoyadas en el alféizar de la ventana: una caña telescópica de fibra de vidrio con bola y cuerda de tres moscas; otra de látigo de las primeras Guy Plas con su línea tensada blanca y, en su extremo, atado un tricóptero de pluma de León, un canela creo; la tercera era de bambú español horneado y flexible con un nylon del 30 y en el puntal una imitación tosca de grillo hecha de madera de balsa pintada de negro. Yo me hospedaba allí para pescar los ríos de la zona y un día no pude por menos que preguntar “¿para qué tanta caña?” Y me respondió que la telescópica de fibra para asegurar el cupo de truchas en un rato, la de Guy Plas para los días en que las pintonas se ponen muy selectivas y que, la de bambú, para esa trucha gorda y larga de cuatro kilos que se esconde entre los arcos de la poza del puente desde hace varias temporadas, y que el susodicho pescador llevaba cebando varios días a grillos. Según el paisano, la flexibilidad del bambú aseguraba que no rompería nunca la línea, como ya había comprobado en algún otro caso, cuando la trucha cabecease entre las rocas del fondo.
Por último, no quiero olvidarme del ciego de La Cabrera. Antes de su muerte a los 92 años, cada temporada salíamos un par de días a pescar por el rio Cabrera, de Nogar para arriba o de Nogar para abajo. No nos alejábamos mucho. El hombre no veía prácticamente nada de cerca, por no se qué infección en los ojos mal curada. Siempre me pedía al inicio de cada jornada que le atase un aparejo de tres moscos ahogados en su pesada caña de bambú de cuatro metros que le habían traído unos caldereros húngaros en los años sesenta. Yo siempre estaba cerca de él para anudar cualquier mosca que perdiera. Pero la verdadera razón de mi cercanía era observar cómo lanzaba la caña de bambú y como varaba el río con una seguridad absoluta, aún sin ver de cerca. Me decía que tantos años a la orilla le habían facilitado conocer las posturas y las distancias, y a medir el rio, y que el temple sólo lo daba la precisión del lance de su larga caña de bambú y que la flexibilidad de su puntal le facilitaba asegurar los lances rodados. Varias veces me dejó probar fortuna y exceptuando el elevado peso de estas cañas, me sentí cómodo y aprendí las ventajas del bambú para bailar con dulzura las moscas ahogadas encima de los rabiones. Cuando hoy salgo de pesca aplico la sabiduría de los tres rivereños que utilizaban cañas de bambú como estoques, sin importarles el material de fibra natural de la que estaban hechas ni el origen de las mismas.
En el mundo creativo de la pesca a mosca, el arte de hacer una caña de bambú refundido es quizás de las actividades más cautivadoras, incluso para el no pescador. Aunque la tradición de cómo fabricarlas es relativamente corta, sólo data desde mediados del Siglo XIX en Europa, el avance radical vino de la tecnología aplicada al buen hacer de los artesanos americanos de principios del Siglo XX. El uso de la planta de bambú Tonkin - o también llamado “bambú precioso” por los chinos - en el desarrollo del ahora estándar “caña hexagonal” de 6 caras, revolucionó la manera de hacer las cañas por la cantidad de modelos diferentes que se podían diseñar según la capacidad de lanzado y las pretensiones de cada pescador. Durante 50 años, nombres de fabricantes y compañías asociadas a estos artesanos del bambú se extendieron por el mundo incrementando los modelos: Young, Payne, Powel, Garrison y Winston en América; Pezón et Michel, Wyers y Perrot en Francia; Hardy y Milwards en Inglaterra; Cardswell y Ponce en España, entre otros. Como un capullo envuelve una mariposa, la metamorfosis del bambú no tiene lugar de la noche a la mañana. Cientos de pasos se deben realizar antes de que cada caña esté disponible para lanzar una mosca.
Las cañas de bambú son más pesadas que sus homónimas de grafito o de fibra de vidrio. Las fibras de la planta de bambú son fuertes y elásticas, dando cierta personalidad a este tipo de cañas, sobre todo una sensación en el lanzado que es única. Estas cañas de mosca no son ni mejores ni peores que las realizadas de material sintético, pero son muy diferentes: flexionan más cuando se cargan, regalándonos un estilo de lanzado más relajado.
En el mundo creativo de la pesca a mosca, el arte de hacer una caña de bambú refundido es quizás de las actividades más cautivadoras, incluso para el no pescador. Aunque la tradición de cómo fabricarlas es relativamente corta, sólo data desde mediados del Siglo XIX en Europa, el avance radical vino de la tecnología aplicada al buen hacer de los artesanos americanos de principios del Siglo XX. El uso de la planta de bambú Tonkin - o también llamado “bambú precioso” por los chinos - en el desarrollo del ahora estándar “caña hexagonal” de 6 caras, revolucionó la manera de hacer las cañas por la cantidad de modelos diferentes que se podían diseñar según la capacidad de lanzado y las pretensiones de cada pescador. Durante 50 años, nombres de fabricantes y compañías asociadas a estos artesanos del bambú se extendieron por el mundo incrementando los modelos: Young, Payne, Powel, Garrison y Winston en América; Pezón et Michel, Wyers y Perrot en Francia; Hardy y Milwards en Inglaterra; Cardswell y Ponce en España, entre otros. Como un capullo envuelve una mariposa, la metamorfosis del bambú no tiene lugar de la noche a la mañana. Cientos de pasos se deben realizar antes de que cada caña esté disponible para lanzar una mosca.
Las cañas de bambú son más pesadas que sus homónimas de grafito o de fibra de vidrio. Las fibras de la planta de bambú son fuertes y elásticas, dando cierta personalidad a este tipo de cañas, sobre todo una sensación en el lanzado que es única. Estas cañas de mosca no son ni mejores ni peores que las realizadas de material sintético, pero son muy diferentes: flexionan más cuando se cargan, regalándonos un estilo de lanzado más relajado.
No pretendo describir cómo se hace una caña de bambú, los modelos de los fabricantes o el porqué de los altísimos precios que se pagan. En otros foros se pueden encontrar esa información. Sólo deciros que yo caí en la tentación. Del amigo americano aprendí rápidamente el glamour de un trabajo bien hecho al ver, sentir, oler – el barniz protector, claro - y pescar una caña de mosca de bambú. El mundo del bambú es una combinación de mente, alma y espíritu. Durante pucho tiempo creí que sólo los verdaderos maestros de la pesca a mosca tenían el privilegio de pescar con este tipo de cañas. Es más, con un presupuesto a la española, poseer una caña decente de bambú estaba fuera de toda consideración y tener la oportunidad de pescar con una prestada, no era más que un deseo en la barra de un bar. Sin embargo unos ahorrillos y la espera de tres años hasta tener la caña deseada en mi mano me hizo sentir un poco partícipe de ese maestro fabricante que hace su labor más por amor que por dinero y que se siente tan orgulloso de su trabajo como para firmarlo con la intención de que perdure su nombre. Algunos pescadores, yo mismo incluido, sienten que el bambú es superior para colocar pequeñas y delicadas moscas a truchas selectivas en aguas cristalinas
Hace unos cuantos años, varios fabricantes de carretes estimaron el volumen de mercado para modelos de pesca a mosca en el mar, y averiguaron que habría tres veces más carretes vendidos que gente usándolos. Como en acción de pesca sólo se puede usar uno, se pensó que los otros dos servirían para escuchar el sonido de sus rodamientos cuando, para nuestro deleite, damos vueltas a la manivela en esos días de invierno en los que soñamos con el devenir de una tabla de truchas cebándose al atardecer. Lo mismo pasa con las cañas de bambú de mosca las cuales han llegado a ser también pasión de coleccionistas. La mayoría de los fabricantes y artesanos del bambú, han notado un modesto incremento en los pedidos de los últimos 5 años, y casi ninguno de estos de cañas para reparar. Yo también he elegido ser un coleccionista: voy camino de mi tercera caña de bambú.
Ahora, siempre hay un par de días de cada temporada que con un zurrón de los de antaño y un sombrero de segar castellano salgo a pescar mi torrente favorito de montaña, pequeño y saltarín, con sólo tres moscas ahogadas de pluma de León, una imitación de grillo negro azabache con pelo de ciervo y mi pequeña caña de bambú refundido. De esta manera creo tener las mismas sensaciones de nuestros antepasados. No lo duden, prueben el bambú alguna vez, y verán cómo los tiempos pasados no siempre fueron mejores.
Hace unos cuantos años, varios fabricantes de carretes estimaron el volumen de mercado para modelos de pesca a mosca en el mar, y averiguaron que habría tres veces más carretes vendidos que gente usándolos. Como en acción de pesca sólo se puede usar uno, se pensó que los otros dos servirían para escuchar el sonido de sus rodamientos cuando, para nuestro deleite, damos vueltas a la manivela en esos días de invierno en los que soñamos con el devenir de una tabla de truchas cebándose al atardecer. Lo mismo pasa con las cañas de bambú de mosca las cuales han llegado a ser también pasión de coleccionistas. La mayoría de los fabricantes y artesanos del bambú, han notado un modesto incremento en los pedidos de los últimos 5 años, y casi ninguno de estos de cañas para reparar. Yo también he elegido ser un coleccionista: voy camino de mi tercera caña de bambú.
Ahora, siempre hay un par de días de cada temporada que con un zurrón de los de antaño y un sombrero de segar castellano salgo a pescar mi torrente favorito de montaña, pequeño y saltarín, con sólo tres moscas ahogadas de pluma de León, una imitación de grillo negro azabache con pelo de ciervo y mi pequeña caña de bambú refundido. De esta manera creo tener las mismas sensaciones de nuestros antepasados. No lo duden, prueben el bambú alguna vez, y verán cómo los tiempos pasados no siempre fueron mejores.